El territorio de la actual Arequipa estuvo poblado desde hace por lo menos 6 000 años, como lo testimonian diversos yacimientos arqueológicos, a pesar de que no fue, debido a lo difícil de su geografía, un espacio que sustentara una gran población. La escasez de agua, salvo en algunas regiones, como el valle del Colca, hizo que no fuese una región demasiado apetecida por los pueblos vecinos. Así, el poblamiento masivo del valle del Chili, por ejemplo, se inicia durante el Tahuantinsuyo. Se supone que fue Mayta Cápac quien trajo a este valle las gentes que habitaron los que serían luego los pueblos de Yanahuara Tiabaya, Paucarpa ta, Characato, Socabaya y otros.
La llegada de los españoles no provocó, al principio, demasiados cambios en la región. La relativamente escasa población indígena, la ausencia de grandes yacimientos de minerales preciosos y poca extensión de la tierra agrícola limitaron el asentamiento de españoles. Arequipa, a diferencia del Cuzco, Ayacucho o Puno no fue tierra de haciendas, sino de medianas propiedades.
Como en todo el Perú, durante los primeros años de la Colonia, la población indígena decreció, y la de los europeos y sus descendientes aumentó muy lentamente. Así, según el censo del virrey Gil de Taboada y Lemos, en 1791 la ciudad de Arequipa contaba con una población de 37 000 habitantes, de los cuales 22 000 eran españoles (peninsulares y criollos), 6 000 indios, 5 000 mestizos y 3 700 negros, composición insólita, pues incluso en Lima la presencia europea era minoritaria.
Mientras que Lima y Callao, que en 1940 tenían el 14,7% de la población peruana, pasaron a tener en 1993 el 31,9% de ella, el departamento de Arequipa conservó una sorprendente estabilidad que lo mantuvo siempre con un 4,2% de la población del Perú. Ello a pesar de que en números absolutos pasó, entre 1940 y 1993, de 263 000 habitantes a 939 062, que en 2002 se estima han crecido a 1101 005. En este mismo período, todos los departamentos predominantemente andinos perdieron importancia demográfica en beneficio de los de la costa y la selva, excepto Arequipa. Lo que sí se produjo fue una migración interna, pues la provincia capital pasó, de tener el 48,96% de la población del departamento en 1940, a concentrar el 75.4% en el año 2002.
La explicación de estos cambios es que la provincia de Arequipa, específicamente la ciudad, fue siempre un polo de atracción, no sólo por los servicios con que contaba, sino, sobre todo, por la posibilidad de brindar trabajo a los pobladores del campo que en las épocas de crisis abandonaban su terruño. En este sentido, Arequipa fue una verdadera “capital sur peruana”, desplazando, en este papel, al Cuzco, cuya crisis se inicia después de la Independencia con la quiebra de sus circuitos comerciales, crisis que Arequipa pudo resistir debido al papel que desempeñaba la lana en su economía.
Esa atracción puede constatarse analizando las cifras de emigración e inmigración de los últimos treinta años, durante los cuales a la lista de causas por las que emigraron los peruanos hubo que sumar otra: la violencia. Arequipa, entre 1988 y 1993 tuvo un saldo positivo de casi 22 000 personas. La mayor cantidad de éstas llegó de Puno, ruta de desplazamiento diríamos que impuesta por la naturaleza y la historia; y, en segundo lugar, del Cuzco. La emigración, en cambio, se dirigió especialmente, como sucede con todos los otros departamentos, a Lima.
Las provincias han experimentado también fuertes cambios poblacionales. Las provincias altas, como Castilla y Condesuyos han crecido a un ritmo más lento y proporcionalmente perdido importancia demográfica; incluso la de La Unión ha decrecido en número de habitantes, pues los 20 096 que tenía en 1972 han pasado, en el año 2002, a ser sólo 18 748. En lo que respecta al área de residencia, el proceso de urbanización ha continuado, incluso en las provincias altas, salvo en la de La Unión, la más deprimida. En la de Arequipa, el 95,9% de la población vive en ciudades, proporción sólo superada por Lima y Callao.
Los indicadores demográficos de Arequipa están siempre sobre el promedio nacional. Así, en el período 1995 - 2000, la tasa de mortalidad infantil es de 33 por mil nacidos vivos (frente al 42 por mil nacional), la esperanza de vida al nacer es de 74,5 años en la mujer (frente al 70,9 nacional) y de 69,5 en el hombre (frente al 65,9 nacional), etc. Esto se refleja en el índice de desarrollo humano (IDH), en el que Arequipa se sitúa en el 6o lugar entre los departamentos, aunque la provincia de Arequipa es la segunda con mejor IDH, lo que revela la gran desigualdad interna (la provincia de La Unión está en el lugar 177).
En cuanto a la educación, se han hecho notables progresos, siempre de modo diferenciado. El analfabetismo, que en 1993 alcanzaba al 9,4% de la población arequipeña, se ha reducido al 6,4% en el año 2000, pero esa reducción ha sido mínima en provincias como La Unión, que todavía mantiene un 29% de analfabetos. De todas maneras, el índice de escolaridad es alto. Así, según el último censo (1993), el 46,8% de los arequipeños tenía educación primaria completa; el 29,5%, secundaria completa, y el 8,2% universitaria incompleta. Otra vez era notorio el desbalance entre las provincias, pues, por ejemplo, el 91,8% de los profesionales estaba concentrado en la provincia capital.
Un buen índice para medir la situación de salud del departamento es el de los niños desnutridos crónicos. Según el censo realizado por el Ministerio de Educación en 1999, Arequipa tenía un 15% de sus infantes en esa situación (en 1993 habían sido un 23,2 los desnutridos), que contrasta con el 61,1% de Huancavelica y se aproxima al 11,4% de Lima. Otros indicadores confirman esa relativamente buena situación, como el de la población que tiene acceso a servicios de agua potable 84,9%, frente al 86,4 de Lima, que es una buena referencia. Aún, sin embargo, hay casi una cuarta par te de la población que tiene alguna necesidad básica insatisfecha (vivienda inadecuada, sin desagüe, con hacinamiento, etc.).